Hace unos años estaba de vacaciones en Portugal con un amigo. Una noche cogimos un taxi para volver al hotel, y de pronto el taxista empezó a gritarnos mientras conducía a toda velocidad. Nos asustamos, sobre todo cuando nos dimos cuenta de que no nos estaba llevando al hotel. Lloraba y gritaba, furioso, decía un montón de cosas sin sentido y parecía que ni siquiera nos hablaba a nosotros. Intentamos calmarle, dialogar, pero era imposible. Nos tuvo en la carretera dos horas, dos horas conduciendo como loco hasta que al final, aprovechando que se detuvo en una estación de servicio, pudimos pedir ayuda a otros vehículos para que nos sacasen de allí. Fue aterrador.
En otro viaje, estaba en un pequeño avión de hélice que volaba de Belfast a Southampton, cuando uno de los motores falló y el avión empezó a caer. Todo el mundo comenzó a gritar y a entrar en pánico. Yo estaba leyendo un libro, y me concentré en él, pensé que si era capaz de seguir leyendo y mantenía la compostura todo iría bien. No sé de dónde saqué las fuerzas para ignorar todo lo que estaba ocurriendo, pero así fue, seguí con la vista pegada al libro mientras todo el mundo se volvía loco a mi alrededor. El avión finalmente se estabilizó y todos respiramos aliviados. A los pocos minutos, el otro motor se averió y el avión volvió a precipitarse al vacío. La histeria de los pasajeros era absoluta, y yo, todavía tratando de mantener la calma, dejé a un lado el libro, cogí mi bolso y busqué el tabaco. Pensé que si llegaba el final, al menos podría fumarme el último cigarrillo. Pero no pasó nada, el avión volvió a estabilizarse y aterrizamos en nuestro destino. Salí del avión, me dirigí al primer punto de fumadores que pude encontrar en la terminal y empecé a llorar, histérica, soltando toda la tensión que había acumulado.
Siempre me pasan cosas cuando viajo, y ahora que acabo de cogerme un año de excedencia en mi trabajo para viajar por el mundo, estoy ansiosa por ver qué cosas me pasarán.
ENGLAND