Fui la primera mujer abogado en mi ciudad en los Estados Unidos. Empecé a trabajar en la Fiscalía, y obviamente fui la primera mujer en conseguirlo. Sin embargo no me querían allí, no era lugar para una mujer. Me daban a mí todos los casos que podían, me cargaban de trabajo sin parar, para que me cansase y me fuese. Mi busca sonaba cada noche, varias veces incluso, y tenía que levantarme e ir a la escena de cualquier crimen que se hubiese cometido, y también a la morgue mientras le practicaban la autopsia al cadáver. Resistí, no abandoné y con el tiempo empecé a trabajar en el departamento de crímenes infantiles; bebés, niños, cada noche era lo mismo. Finalmente me cansé de esa vida y comencé a ejercer la abogacía en mi propio despacho. Fueron muy buenos años, tenía clientes importantes y el despacho crecía considerablemente. Estaba muy reconocida en el mundo legal en mi estado. Una tarde, tras haber ganado un caso de custodia de menores a favor de mi cliente, el padre de los niños trató de matarme por haberle quitado a sus hijos, y después intentó matar también a mi familia. Ése fue el momento en el que dejé de ejercer por completo y empecé a dar clases de derecho.